sábado, noviembre 27, 2004

¡Ay, el progreso!

un periódico entrevista a un anciano inuit o esquimal que de niño fue a cazar ballenas con arpones de hueso y vivió en un iglú y padeció las lacras de una dieta basada casi exclusivamente en la carne grasienta de foca: La nieve derretida no sabe a hielo, sino a plomo, y en las entrañas rosadas de los salmones ahora hay manchas de alquitrán.Pero hay algo de los tiempos de ahora que le espanta: los animales están enfermos, los caribúes y los renos tienen los hígados hinchados y su carne muchas veces es venenosa, las focas no crían porque cada vez hay menos nieve en la que puedan cobijarse, los osos blancos, antes tan temibles, qué nos parece censurable que otras personas quieran disfrutar de nuestros mismos privilegios, tan sólo para que no sufra contratiempos nuestra vaporosa creencia de que en algún lugar del mundo se mantiene intacto un paraíso primitivo? Queremos que en alguna parte, en alguna reserva vallada contra el mundo real y contra el tiempo presente, en el Círculo Polar Ártico, en la Amazonía, en Papúa- Nueva Guinea, queden tribus que sigan viviendo como nuestros antepasados europeos de hace 30.000 años.A los polos viajaban antes los aventureros más enloquecidos, los viajeros temerarios que buscaban lugares tan vírgenes como la nieve recién caída y todavía no pisada, soledades tan ajenas a la presencia humana como los páramos rojizos de Marte. El almirante norteamericano Byrd se pasó seis meses solo en una cabaña de la Antártida y escribió después un libro cuya lectura casi contagia la demencia a la que él estuvo a punto de sucumbir. Ese viaje ya es en vano: a causa de los vientos y de las corrientes marinas, a los casquetes polares acaba llegando, como al sumidero de un lavabo, toda la basura del mundo, el plomo, el mercurio, el alquitrán, los venenos de la lluvia ácida. El efecto invernadero hace que se retiren los glaciares y que los acantilados de hielo se derrumben como rascacielos en ruinas, y una foca o un oso blanco pueden estar tan intoxicados de basura como una rata de las alcantarillas de Nueva York. Entre la miseria arcaica que tanta literatura hace segregar a quienes no la padecen, y el planeta entero convertido en un gran muladar, en un pozo ciego de todas las inmundias, ¿ no habría sido posible encontrar un término medio?
Antonio Muñoz Molina

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